Tengo momentos, momentos en que siento que es necesario
hacer un poco de exploración, de probar cosas diferentes, momentos en los que
necesito conocer más de mí y de ver hasta dónde puedo llegar, y hacia dónde
puedo llegar, incluso, tengo momentos en lo que debo volver a intentar
experiencias que jamás me gustaron, sólo para saber si hubo un cambio en mis
deseos, me da curiosidad comprobar una teoría: del odio al amor hay solo un
paso, ¿será cierto?
Tenía algo de tiempo desde que no me tomaba unas vacaciones,
el trabajo, la casa, fines de semana frecuentando los mismos lugares, haciendo
lo que las personas creemos que nos gusta y a final de cuentas nos cae el
veinte de que hemos entrado en un callejón sin salida y aunque no queremos
aceptarlo, la rutina te empuja a volverte una persona ciega, te vacía las
energías, esas mismas que tenías por sentir la adrenalina recorrer tu cuerpo,
por practicar algún deporte extremo, como cuando estabas chamaco y querías
comerte al mundo, ya sé, es bien sabido que uno tiene la edad que siente, pues,
decidí revivir y hacerle burla a mi día con día, renuncié a mi trabajo esa misma
tarde, sin importar más, me dirigí al aeropuerto y compré un boleto de avión
hacia un destino al azar, el más próximo que encuentre, le dije a la agente de
reservaciones de la aerolínea.
Llegué a mi destino después de cuatro horas de vuelo, dos
compañeros de asiento con una charla bastante interesante, un matrimonio joven
que iba de luna de miel, José y Lidia, dijeron estar en un estilo de vida
distinto, como si una indirecta hubiera sido lanzada con el afán de que yo la
comprendiera velozmente, sentía una mirada penetrante por parte de Lidia, sonreía
bastante conmigo y arrastraba su cabello por detrás de su oreja, era un
coqueteo deliberado, definitivamente, en
pleno destino a su luna de miel, pero José no se inmutaba, al parecer estaba
acostumbrado a este tipo de actitudes de parte de su ahora esposa, se sentía
raro pero bien, José se acerca al oído de su mujer y susurra algo mientras
sonríe, chin, tal vez ya se dio cuenta, error, ella también sonreía. Sé lo que
se están imaginando, hubiera sido un éxtasis aceptar la propuesta indecorosa de
la pareja, pero no fue así, bajamos del avión y nos despedimos en la entrega de
equipaje con un cálido abrazo y un fuerte apretón de manos.
Llegué al hotel, por fin, saqué de mi billetera uno de a
doscientos y se los di al taxista, seguía platicándome sobre los platillos
típicos del lugar y la calidez de la gente que vivía en ese lugar (y miren que
era bastante cálida… solo esperen) mientras ayudaba a bajar mi equipaje, recibí
mi cambio y fui directo a la recepción.
Fui recibido con un saludo al momento de entrar, -pase por favor, bienvenido-, escuché
desde el fondo de un mostrador, su cabello era castaño oscuro, una cola de
caballo que soltaba las hebras onduladas de su cabello caían por encima de su
hombro derecho, usaba una blusa negra de seda, desabotonada a medio escote, era
difícil no contemplar el porte y belleza de su pecho que se asomaba hasta donde
tu imaginación quería hacer una pintura más clara y sin censura. Roxana Montreal.
decía un gafete dorado que portaba sobre su pecho derecho, -¿En qué le puedo servir?- replicó con una voz dulce y suave. –Tengo una reservación a nombre de Diego Vega-,
era impresionante la rapidez que tenía para teclear mientras volteaba a
verme con intermitencia entre la pantalla y yo, ese día estaba de suerte, no
soy un galán seguramente, pero algo tengo hoy que me está defendiendo, pensé.
Extendió la mano y me entregó la llave de mi habitación,
dentro de un folleto con información del hotel, sacó una pulsera plástica de su
cajón y la colocó alrededor de mi muñeca mientras me daba recomendaciones sobre
el restaurante y mucho hincapié con visitar el spa (cabe mencionar lo mucho que
detesto los masajes, me dan muchas cosquillas), tenía todo incluido y acceso a
todas las áreas del hotel, se despidió de mi con la cordialidad del
entrenamiento que recibió en su capacitación de recepcionista, me dirigí al
elevador, abrí el folleto, Roxana, su número celular anotado, que dicha, pero
no es a lo que yo vine, era demasiado fácil, yo llegué a descubrirme
nuevamente, tal vez después.
Una habitación con todo lo esencial, sin tanto lujo pero
bastante confortable. Acomodé mi maleta dentro del clóset después de sacar mi
traje de baño, una playera y mis sandalias. El área de la alberca era algo
impresionante, seguramente había un lleno total dentro del hotel, Roxana había
mencionado la excelencia de la coctelería en el pool bar, cómo no seguir sus
recomendaciones. Pedí un carajillo al barman, necesitaba recuperar energías
después del viaje, un folleto impermeable del spa yacía sobre la barra, era un
buen comienzo para descubrir otras cosas, odiaba los masajes, pero tenía que
hacer lo contrario a mis disgustos.
Aromas a flores naturales, sensación de frescura al entrar,
el sonido de una fuente que te hacía sentir paz y quietud, no había ni un alma.
Toqué la campanilla del mostrador, salió un joven de nombre Richie, muy
amablemente me saludó y procedió a explicarme los paquetes relajantes con los
que contaba el spa, elegí uno y me dirigí al vestidor, me esperaba una bata y
un par de sandalias especiales, un letrero pedía quitarse la ropa por completo.
–Mi compañera Mariana le atenderá en un
momento- dijo Richie mostrando su mejor sonrisa.
Era momento de pasar a la sala de masajes, sentía el mismo
ambiente pacífico pero con una combinación de calor, Mariana sale de una puerta
de madera, era una mujer chaparrita, con cabello negro como sus ojos, una
sonrisa impecable y un pequeño hueco que se formaba sobre su mejilla izquierda,
comienza a describir el procedimiento de masaje con una voz dulce pero sexy. Me
senté sobre la cama de masajes mientras ella me pasó una toalla de baño blanca,
-Ya puede quitarse la bata- , cabe
mencionar lo raro que es cuando una mujer que conociste hace apenas 10 minutos
te vea completamente desnudo, pero me imagino que debe estar acostumbrada, es
su trabajo.
Enrollé la toalla alrededor de mi cintura, y me acosté boca
abajo, Mariana me corrigió en la postura, -debe ser boca arriba Sr. Vega,
empezaremos con hombros y pecho-, sacó de un cajón un par de botellas, un
líquido aceitoso caía sobre sus manos y las frotaba entre sí, comenzó a aplicar
el aceite sobre mis hombros y cuello con las palmas de sus manos, una sensación
muy suave y relajante, aunque comenzaba a darme algo de cosquillas. Continuó
masajeando mi pecho y siguió hacia mi abdomen, -¿Siente bien Sr. Vega?- asentí con la cabeza. Dejé de sentir sus
manos sobre mí, abrí los ojos y aplicaba otro líquido cremoso sobre sus manos,
vi que sonreía, mientras me decía que me relajara y no abriera los ojos, sentí
un movimiento exactamente en el nudo de la toalla, la estaba desabrochando,
desde ese momento empecé a tomar el gusto por los masajes.
No me permitía abrir los ojos, me gustaba el juego. Sentí
sus manos sobre mis muslos, las pasaba de manera repetida por la parte interna
y externa, -Veo que comienza a animarse Sr. Vega- me dijo en un tono
divertido, volví a sentir el toque de sus manos sobre mi pene, frotaba con
movimientos lentos y rítmicos, de arriba hacia abajo, lo que me perdí todo este
tiempo, pensé. Siguió frotando con un aumento en la velocidad, mientras
escuchaba unos leves gemidos, hice un poco de trampa, lo acepto, abrí los ojos
y vi que se mordía el labio inferior mientras veía como me tocaba, su pecho
estaba descubierto (ni cuenta me di cuando eso sucedió… pero gracias), un par
de senos blancos dejaban verse recargados sobre mis rodillas, siguió aumentando
la velocidad y viró su vista hacia mis ojos fijamente, el momento hacía que
fuera una sensación única.
Soltó mi pene por un momento y se levantó de la cama de
masajes, desabotonó su falda la bajó hasta sus tobillos, dio un par de pasos y
sonreía mientras yo contemplaba su ropa interior negra, la tomó con sus dedos
pulgares y la bajó de la misma manera, su desnudez me prendía todavía más. Pude
sentir como se recargaba en la cama nuevamente, sentí la humedad de su boca
enseguida y mi erección ya estaba totalmente completa, continuaba con el vaivén
de movimientos de arriba abajo, era increíble. Me incorporé y tomé la botella
de aceite que había dejado sobre un buró, esparcí un poco sobre mis manos,
frotaba su espalda y sus caderas, ella se levantó y me dio la espalda, tomo mis
manos y las colocó sobre sus pechos, acariciaba con suavidad usando mis dedos
medio y pulgar, gemía, lo disfrutaba, sus manos me comunicaban lo que quería en
ese momento, cómo lo quería, cómo se sentía.
Me levanté de la cama y la miré fijamente a los ojos después
de voltearla fuertemente, los besos intensos y las mordidas a mi labio inferior
me provocaban a seguir sin parar, fue una firme estocada y sentí la humedad de
su interior, soltó un grito ahogado, respiraciones agitadas sobre mi hombro,
sus uñas se encajaron en mi espalda y no pude hacer otra cosa más que hacerla
sentir mejor, mucho mejor, el momento se tornaba más intenso, cada vez sentía
que sus pechos se hinchaban más y más, la humedad en cada penetración era aún
mayor, era el momento de culminar, un masaje no podía durar tanto tiempo. Pude
sentir cuando ambos tuvimos pulsaciones intensas, llegamos al éxtasis de
nuestra pequeña aventurita, nos sonreímos, era momento de salir, y sin decir
más, salió de la sala de masajes y coloqué la bata nuevamente, el masaje de mi
vida.
Por este tipo de situaciones, puedo confirmar lo importante
que es redescubrirse, nunca decir de ésta agua no he de beber, nunca sabemos
las experiencias que la vida nos ha preparado especialmente a cada uno de
nosotros, hay tantas oportunidades que dejamos ir, tantos momentos que debemos
vivir al máximo, que entrar en el tedio de una rutina nos hace olvidar que
estamos vivos, y que podemos llegar a sentir gusto por el disgusto, amor por el
odio, y placer por lo desconocido, ya estaba ebrio mientras le platicaba todo esto
al barman en el poolbar.
¡Gracias por leer sexys!